Como ya vengo diciendo ultimamente, estos días estoy en la recta final de los exámenes y, por lo tanto, mucho trasnochar, poco dormir, retomar la cafeína, etc. Pues resulta que esta noche me ha vuelto a pasar algo interesante, he aprendido como no se debe espantar a los mosquitos estando dentro de un recinto cerrado.
Estaba yo sumergido en los apuntes con un ojo, con el otro leyendo como España se hunde poquito a poco cuando, mientras daba un sorbo al café de polvos mágicos "Jacobo" (en serio se llama así y está más bueno de lo que podría parecer) he notado una de las peores sensaciones del mundo. Concretamente el insufrible zumbido de uno de esos gorrones con alas pasando a escasos milímetros de mi oído. Hay pocas cosas que me molesten más que eso, como que me salte el límite de 72 minutos de megavideo en medio de algo interesante ó el capítulo final de Lost.
Me he levantado, he puesto la habitación patas arriba y cuando creía que el chupóptero se habría ido de nuevo por la venta, en ese momento justo ahí estaba viniendo directo a mi oído como si yo fuera la estrella de la muerte y mi oído la escotilla a bombardear. Lo he esquivado ágilmente y lo ha vuelto ha intentar así que lo he vuelto a esquivar. Tanto me ha emocionado el esfuerzo y tesón que le ponía a su tarea de jorobarme que no he podido reprimirme y le he dado un aplauso. ¡PLAS! Ni que decir tiene que no ha resistido tal muestra de afecto, también es verdad que el pobrecillo se ha puesto en medio...
A los 5 minutos, estando de nuevo en el escritorio, he sorprendido a otro bichejo de estos. Este no era tan valiente como el anterior, se ha esforzado la mitad y ha decidido atacarme por lo bajini en un brazo. A este no le he aplaudido, directamente lo he aplastado. Ha sido unos de esos aplastamientos en los que el bichejo tenía medio depósito lleno y te deja un manchurrón de sangre. Vamos, que parecía el tipico videojuego de orcos cuando les asestas un golpe crítico con algún martillo legendario.
Ha sido en este punto cuando he decidido hacer algo contra la invasión. He pensado diferentes maneras hasta que he dado con la "solución". Resulta que de la barbacoa multitudinaria (que un día relataré, lo tengo a medio escribir) sobró un aceite de antorchas y alguna antorcha de esas tipo hawaiano. En la botella del aceite sale un mosquito dibujado, así que he deducido que era repelente. Pues bien, he cogido una antorcha de estas, he sacado bien de mecha para que tirara buena llama antimosquitos y lo he puesto en la habitación. Lo he puesto dentro porque si lo pongo por fuera y alguien lo ve, ó llaman a los bomberos ó al psiquiátrico.
Antorchita en acción
Cuando ha pasado una hora, sin mosquitos, todo hay que decirlo, he ido a recoger la antorcha y me he encontrado la sorpresa...
Daño colateral. Ha sido necesario para garantizar la seguridad e integridad física de los ciudadanos de la república independiente de mi cuarto.
Resulta que el aceite refinado este espanta muy bien los mosquitos, pero tira un humo negro que ni que hubiera estado aquí Locke jugando al ajedrez. En fin, guapo ha quedado un trozo de techo. Pero bueno, nada que un buen cepillo de dientes no pueda quitar. Y eso es todo, dejo una foto de la culpable de mis últimas "locuras/estupideces".
Mi "pequeño" homenaje particular a la cafeína. Fruto de un día que tomé mucha... qué si no.
(Se que al menos un J. adorará este mural...)
Y así termina otra estúpida vivencia...
¡Hasta la próxima!
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